Esta nueva edición de mi Newsletter viene dedicada a la grupalidad.
Quisiera tomar como punto de partida lo que es un grupo para Pichon-Riviere:
Pichon-Riviere entiende que un grupo es un conjunto restringido de personas que, ligadas por constantes espacio temporales, el cual, articulado en su mutua representación interna, se propone en forma implícita y explícita una tarea que conforma su finalidad, interactuando a través de complejos mecanismos de asunción y adjudicación de roles.
Seguramente en principio no sé entiende muy bien este acercamiento teórico de lo que es un grupo. Esas palabras de gran tamaño intelectual que pocos usamos en nuestro diccionario cotidiano y que vuelve inentendible o en última instancia no le sirve de mucho al habitante corriente de este mundo que necesita llegar a fin de mes. soy de ese grupo corriente por cierto.
Un orden hegemónico que nos atraviesa de punta a punta y que busca más la segregación como mecanismo de resistencia ante la revolución que se le está viniendo encima.
La mayoría de nosotres, hemos pertenecido a muchos grupos sociales de todo tipo, si te invito a pensar en cuántos, seguramente pierdes la cuenta, aunque para contar te pido que seas humilde. Cuenta pensando en la pertenencia, esa sensación de apropiación que evoca destellos de felicidad, que duele si desaparece, que provoca extrañes cuando ya no está. Capaz si cuentas partiendo de allí, entonces el número se reduce a decimales.
Hay algo de un amor a la grupalidad que siempre me ha acompañado en el camino que he decidido emprender profesionalmente hace ya 15 años cuando de forma fortuita decidí estudiar Psicodrama.
Cuando pienso en qué momento me dejé seducir por lo grupal me llega la imagen de mi casa de infancia mientras atravesaba la adolescencia.
Mi casa quedaba a una cuadra del colegio donde estudié la mayoría de mi vida educativa. Era de esos que siempre llegaba tarde, y como no hacerlo, si escuchaba el timbre a las 7 am en punto cada día desde la cocina de mi casa mientras, comía la arepa con mantequilla y algún fiambre que siempre me esperaba en la heladera.
No era de llevar comida al colegio. Prefería llegar con la panza llena y aguantar hasta que llegará a casa a mediodía. No sé por qué siempre me dieron náuseas cuando a la hora del desayuno en el colegio, escuchaba el papel de aluminio que envolvía las arepas de cada une de mis compañeres abrirse y con ello, un olor desagradable a arepa sudada que hasta el día de hoy recuerdo fielmente. Hay algo siempre de la grupalidad a la que capaz se le tiene rechazo, otras cuestiones atracción y algunas otras que devienen en sensaciones de neutralidad o de no importantancia. Un grupo es un universo en sí mismo, es un cosmo, allí habita el todo.
Mi casa de infancia siempre alojó ese universo. Muchas tardes llenas de gente alimentaban ese deseo que fue creciendo en mi por coordinar grupalidades. Creo que si no hubiese estado en ese espacio físico, mi vida hubiese tomado otro rumbo. Para mi es cierto que se hace camino al andar, nos vamos constituyendo en función de nuestra experiencias con otres, y fue a partir de allí, que en mi propia subjetividad encontré algo, un tesoro que estaba a simple a vista, mi aguja en el pajar, en la sala de mi casa, en el “cuarto verde” como le llamaban mis amigos, los mismos que a diario me visitaban para hablar de cuestiones que cualquier adolescente hablaría o jugar con el organo de los 70s que nadie sabía tocar pero que nos ayudaba a entrar en el “como sí” fueramos DJ´s de Drum and Bass. El mismo espacio que terminó siendo el único escenario de Psicodrama de Venezuela, y que sigue siéndolo, pero ahora vacío y lleno de migraciones con olor a exilios y que es refugio de utileria que con el paso del tiempo se llenan de polvo para maquillar lo que una vez fue.
El tesoro de lo grupal, la mirada de otredades que se encuentran con un fin; sanar. Cuerpos que se agrupan, que danzan , que lloran, que ríen y se enojan.
La virtualidad me ha salvado de la caída en picada que deviene con el acto de migrar, me amortiguó la llegada a tierra. Fue revelador darme cuenta que ese espacio físico al que le rendía culto lo tenía ya incorporado en mi cuerpo. Se hizo territorio, amplió mis fronteras. Sin darme cuenta, y a veces, de cuenta dándome solo que haciéndome el boludo, había transgredido lo instituido a través del juego, como jugar para mi es escribir esto que estás leyendo.
Seguiré creyendo en lo grupal, en lo plural, en el más de dos. Seguiré creyendo en mi creatividad como ese lugar que evoca posibilidades para gestar encuentros y reencuentros con otredades que también tienen el mismo deseo: Sanar con otres.
Hasta la próxima
@Sublimando
“Para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no sólo pensar o desear, y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es hacer”. Donald Winnicott